Desde la más temprana infancia, nos inculcaron amar y a respetar a nuestros abuelos. Sin embargo, sólo en una etapa bastante posterior de la vida nos dimos cuenta de que merecían respeto no sólo por ser ancianos o, en otras palabras, «seres mayores», sino que merecían admiración, ya que además de ser mayores que nosotros en edad, tienen mucha más experiencia, son mucho más sabios que nosotros, lo que los convierte en los mejores maestros del universo.